Perspectiva de dos doctores en Latinoamérica

Transcripción de la perspectiva de dos doctores en Latinoamérica

 Hola, mi nombre es Sofía y hoy voy a hablar un poco sobre las conmociones de acuerdo a la perspectiva de dos doctores en Latinoamérica. Este tema, aunque a menudo pasa desapercibido, tienn un impacto profundo en la salud y en la sociedad. Durante una conmoción cerebral, ocurren varios procesos neurológicos importantes: Despolarización neuronal masiva, liberación excesiva de glutamato, caída en los niveles de ATP, y disfunción de redes neuronales. 

Alrededor del 15-30% de las personas pueden desarrollar lo que se llama síndrome post-conmocional, que puede ocurrir después de una conmoción cerebral leve cuando los síntomas persisten durante semanas o meses más allá del período habitual de recuperación, que normalmente es de 7 a 14 días.

Este incluye fatiga persistente, dificultad para concentrarse, dolor de cabeza crónico, trastornos del sueño y / o ansiedad o depresión. Aunque no existe una causa confirmada para el sindrome post-conmocional, se cree que hay varios mecanismos involucrados, estos incluyen, alteraciones neuro metabólicas prolongadas, (el cerebro necesita más tiempo para re equilibrarse químicamente) cambios en la conectividad neuronal, (la forma en que las regiones cerebrales se comunican puede verse afectada), factores psicológicos (el estrés por la lesión, el miedo no recuperarse, o problemas emocionales previos pueden agravar o mantener los síntomas), vulnerabilidad individual (antecedentes de migrañas, ansiedad, depresión o lesiones previas aumentan el riesgo de desarrollar SPC). El síndrome post-conmocional no se detecta en una resonancia ni en un TAC. Es un diagnóstico clínico, basado en los síntomas reportados por el paciente tras una conmoción confirmada. Por eso, es crucial que los médicos escuchen atentamente al paciente, exploren su funcionamiento diario y no descarten sus síntomas como exageraciones o nervios. La validación y el seguimiento son clave–En muchos países, nos enfrentamos un reto urgente: La falta de reconocimiento, protocolos y conciencia pública sobre las conmociones.

Miles de personas, niños, adolescentes, deportistas y profesionales sufren conmociones cada año, pero muchas de ellas nunca son diagnosticadas ni tratadas de forma adecuada y a que muchas veces pasan como invisibles, ¿porque? Porque aun persiste la idea de que un golpe de la cabeza, “no es para tanto” en el ámbito deportivo, la situación es similar.

A diferencia de países como Estados Unidos o Canadá, muchas ligas escolares y clubes en Latinoamérica no aplican políticas claras de regreso progresivo al juego. Los atletas, sobre todo lo más jóvenes, no reciben la educación ni el seguimiento que necesitan después de una conmoción, y eso tiene consecuencias físicas, emocionales, cognitivas y a largo plazo neurológicas.

La mayoría de los casos de conmoción no son reportados oficialmente, y esto impide contar con datos confiables para dimensionar la magnitud del problema. Sin estadísticas claras, se dificulta diseñar políticas públicas, asignar recursos o establecer programas de prevención. Este vacío de información no sólo lo limita a la respuesta institucional, sino que también contribuye a mantener la conmoción cerebral en la sombra como una lesión menor ó circunstancial. 

En los centros escolares, la falta de protocolos institucionales también deja estudiantes desprotegidos. Rara vez se realiza una evaluación neurológica después de una caída, un choque, en clase de educación física, o un accidente en el recreo. No hay lineamentos estandarizados sobre cuándo un estudiante debe ser retirado del aula, ni cómo reincorporarlo de forma progresiva a la actividad académica tras una conmoción.

En contextos deportivos tanto escolares como profesionales, es frecuente ver que los jugadores regresan al campo el mismo día del golpe, a veces por presión externa o por falta de conocimiento. Esto duplica el riesgo de una segunda conmoción antes de que el cerebro haya sanado, lo que puede derivar en una condición grave conocida como síndrome del segundo impacto, potencialmente letal, especialmente en jóvenes.

A nivel familiar, muchas veces tampoco se identifican los síntomas porque no se conocen. Los cambios sutiles de comportamiento, os dolores de cabeza persistentes, el aislamiento social, o las dificultades de concentración después de un golpe pueden atribuirse erróneamente al estrés, al cansancio o incluso a un mal día.

Y sin embargo, el cerebro sí está intentando recuperarse, lo que necesita es tiempo, silencio neurológico y un entorno que respete el proceso de curación. Cuando esto no ocurre, los síntomas pueden cronificarse y derivar en un síndrome post-conmocional. Las personas afectadas pueden pasar semanas o meses con dificultades para dormir, trabajar o estudiar sin entender del todo lo que les pasa ni por qué no se sienten como antes. 

Frente a todo esto, el reto no es solo médico, es también educativo, cultural y estructural. Necesitamos cambiar la narrativa social que minimiza la lesión cerebral leve. Necesitamos más campañas públicas, más formación interdisciplinaria y más compromiso institucional, porque cuando normalizamos el golpe en la cabeza, también normalizamos el sufrimiento silencioso que viene después.

Una conmoción cerebral no debe verse como un obstáculo temporal del deporte o de la vida diaria. Debe verse como lo que realmente es: Una alteración funcional del sistema nervioso central, con capacidad de afectar a la persona en todos los planos: Físico, emocional, mental y social, y si el cerebro es el centro de todo lo que somos y sentimos entonces protegerlo debe ser una prioridad, no una opción. Con el cuidado adecuado, la mayoría de las personas pueden regresar al trabajo, la escuela y muchas otras actividades, pero ese regreso debe ser gradual, monitoreado y personalizado, tomando en cuenta tanto los síntomas físicos como el estado emocional y cognitivo de la persona.

Forzar una reincorporación prematura no sólo retrasa la recuperación, sino que puede agravar los síntomas existentes y aumentar el riesgo de una segunda lesión. El proceso de recuperación de una conmoción no sigue una fórmula única. Cada cerebro se recupera a su propio ritmo y lo que funciona para una persona puede no ser adecuado para otra.

Por eso es fundamental que existan protocolos de regreso progresivo. Escalas estructuradas que guíen a la persona desde reposo inicial hasta la plena reintegración a sus actividades diarias. Estas escalas son comunes en países como Canadá, Australia o Estados Unidos, donde incluso las escuelas tienen planes adoptados para estudiantes que han sufrido una conmoción.

En cambio, una gran parte de América latina, estos protocolos aún son inexistentes o no se implementan de forma sistemática. En el ámbito deportivo, por ejemplo, una atleta no debería volver a entrenar ni mucho menos a competir hasta haber pasado por todas las etapas de recuperación sin síntomas: Reposo, actividad ligera, ejercicio moderado, entrenamiento no competitivo, entrenamiento completo y finalmente, competencia. Pero esto rara vez ocurre. En muchos equipos, incluso en nivel profesional, no hay especialistas que realicen ese seguimiento. El deportista queda merced de su propia percepción o de decisiones que no  ponen primero la salud cerebral. 

El mismo principio aplica en el contexto educativo. Un estudiante que regresa a clases después de una conmoción cerebral necesita justos temporales, menos exposición a pantallas, descansos frecuentes, reducción de la carga académica y tolerancia a la fatiga mental. Sin embargo, la mayoría de las escuelas no tienen protocolos establecidos para esto, y los docentes no siempre están capacitados para reconocer señales de alerta o brindar el apoyo necesario.

El resultado es que el estudiante queda en desventaja con mayor estrés, menos rendimiento y un proceso de sanacion más difícil. Lo mismo ocurre en el ámbito laboral. Empleados que han sufrido una conmoción pueden experimentar dificultades para concentrarse, sensibilidad al ruido o a la luz, y fatiga mental de salud. Sino también, despidos, estigmatización o baja auto estima. 

Por eso, el cuidado adecuado de una conmoción no depende solo del sistema de salud. Requiere una reta apoyo interdisciplinaria: Médicos, psicólogos, entrenadores, familias y empleadores, todos informados y comprometidos con una misma meta: Proteger la integridad del cerebro. Porque el cerebro no es como un músculo que se entrena más fuerte después de un desgarro, el cerebro necesita otra cosa: Respeto, tiempo, y condiciones seguras para sanar. Cuando esas condiciones se cumplen, la recuperación no sólo es posible, sino transformadora, porque la persona no sólo regresa su vida regresa con mayor conciencia, con mejores herramientas y con el conocimiento de que su salud cerebral es un bien valioso que merece cuidado constante.

Las conmociones cerebrales no son accidentes menores. Son lesiones reales del cerebro que, aunque invisible a los ojos, pueden alterar profundamente la vida de una persona. Si no se tratan con el cuidado que merecen.

En América latina, aun tenemos mucho por avanzar, desde mejorar el diagnóstico, establecer protocolos claros, formar a profesionales, y educar a la población hasta garantizar que cada persona, sin importar su edad, contexto, recibe el acompañamiento necesario para sanar por completo. Esto no es solo un problema médico, sino también humano. Se trata de reconocer que la salud cerebral es tan importante como cualquier otra función del cuerpo que el dolor que no se ve también necesita atención, que el tiempo de recuperación no es una debilidad, sino prevención.

Si como sociedad comenzamos a tomar en serio las conmociones con conocimiento, empatía y responsabilidad, entonces estaremos dando un paso firme hacia una cultura que protege lo más importante: La vida, la integridad y el futuro de nuestras comunidades. Porque cuidar al cerebro no es un lujo, es una necesidad.

Muchas gracias.

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